domingo, 4 de septiembre de 2011

...falsa esperanza de una noche de otoño...



Ella aguardaba impaciente mientras esperaba la respuesta. No pensaba. No respiraba. Sus inertes y frías manos apenas se movían. Sus cansados párpados ya no se abrían y cerraban con tanto brío como antes. Parecía como si la gente de su alrededor se hubiera ralentizado. El entorno no le importaba. Algunas voces le resultaban familiares pero a pesar de gritar su nombre una y otra vez, su mente estaba fija en aquella mirada cómplice. No vivía, tan sólo esperaba expectante que aquella boca pronunciase esas palabras que tanto anhelaba escuchar. Los minutos se convirtieron en segundos, incluso los segundos parecían correr más lentos que de costumbre. Por momentos parecía que su corazón se helaba y dejaba de latir. Se sentía como en esa películas de gladiadores en las que el emperador debía hacer un gesto con el pulgar hacia arriba o hacia abajo. En esos instantes le dio tiempo a recordar cómo empezó todo...

Lo cierto es que no sabía a ciencia cierta en qué momento sucedió pero lo que tenía claro es que había ocurrido más rápido de lo que ella jamás hubiera deseado. Los acontecimientos se precipitaban a una velocidad de vértigo sin poder asimilar las consecuencias, sin poder asimilar completamente los cambios que se le venían encima. No era una chica fácil de conquistar, aunque alguna vez había abierto su corazón, aunque tan sólo fuera para airearlo y conseguir aire fresco y puro. Pocas veces se había enamorado, pero cuando lo hacía, muy a su pesar lo hacía de la persona equivocada. Realmente en esta ocasión prefería no pensar si era conveniente ese amor, tan sólo quería que ese instante amargo o dulce llegara cuando antes y acabara con esa agonía que la estaba matando. Recordó, no obstante, cómo se conocieron; las hojas caídas, esos árboles desnudos y ese incesante sirimiri que caía sobre ellos le hicieron ver que aquel verano ya daba paso a un nuevo otoño. Sus miradas se entrelazaron y ella se quedó quieta admirando aquellos ojos marrones que parecían hablarle. Se dieron dos besos, se presentaron y se sentaron junto a los demás amigos. A medida que la noche pasaba y el alcohol iba haciendo su efecto las miradas que se cruzaban al principio se sucedían y se hacían más constantes. Por una extraña sensación no podía dejar de observar a aquel chico. Sus miradas furtivas cada vez eran menos furtivas. Se habían conocido esa fría noche pero parecía como si conocieran de toda la vida. Aquella noche acabó y ambos se llevaron buen recuerdo del otro. Ella mientras llegaba a casa y se acostaba recordaba esos momentos vividos. Realmente se iba con una sonrisa de oreja de oreja. Sabía perfectamente que era un proyecto de amigo, pues él tenia pareja y ella no deseaba embarcarse en un nueva relación tormentosa. Guardaba cautelosa. El tiempo dirá, pensó mientras cerraba sus ojos.

Abrió los ojos de nuevo y recordó dónde se encontraba, en aquel lugar, delante de quien conoció esa tarde otoñal, seguía esperando una respuesta. Sabía que desde esa noche a la actual las cosas habían cambiado mucho, demasiado lamentó, pero aun así aguardaba con esperanza...

Tras aquella noche, el chico se incorporó a su grupo de amigos, el tiempo quiso que así lo hiciera, y sinceramente, Lucía, que así se llamaba ella, también lo deseaba con todas sus ganas. Pensaba que su compañía podía ser un balón de oxigeno en su vida. Ya no le importaron las broncas del pasado, las decepciones de días pasados, aquellos días se acabaron. Sin saber cómo, aquel chico se fue convirtiendo en un amigo, es un buen amigo. Sabía que podía contar con él para los buenos momentos, pero también sabía que en los malos momentos podría contar con él. Trajo un aire especial al grupo de amigos y Lucía se sentía muy a gusto con él cada vez que quedaban alguna tarde perdida de invierno o primavera. Aquellas tardes se le paraba el mundo, los problemas de la universidad, de la familia o demás asuntos no le importaban. Era su particular vía de escape. Ella en aquel otoño y primavera había conocido más chicos, pero por una extraña razón que ella no comprendía nadie le llenaba tanto como él. ¿Me estaré enamorando? Pensó para sí misma. No quería pensar en ello, sabía que sí eso pasaba las cosas tal y como las conocía cambiarían drásticamente. Los primeros calores de verano hacían presagiar un gran verano. El chico se encontraba soltero pero a Lucía eso no le importaba lo más mínimo. Es mi amigo se repetía a sí misma. Hubo una noche que no lo tuvo tan claro y le besó, a consecuencia del alcohol pensó ella... Lo cierto es que luego se arrepintió pero aún seguía recordando aquel beso.

Un beso... eso es lo que deseaba de él en aquel momento cada vez que le miraba. Sus gestos, sus manos, su expresión corporal no hacía presagiar un buen final, las palabras se iban sucediendo pero la situación era de tanta tensión para Lucía que no lograba descifrar ese mensaje enredado. No lograba entender por qué le contaba esas cosas, no entendía por qué no era claro con ella como ella lo había sido con él. Tan sólo quería saber si sí o si no. Y así se lo hizo saber... Fue en ese instante cuando...


Tras aquel beso los dos hicieron como si no hubiera pasado nada, no era fácil hablar y menos desde el corazón, se convenció Lucía. Lo mejor sería dejarlo pasar, razonó. Lo cierto es que la situación apenas cambió las bromas y el buen rollo tanto con él como con el resto del grupo de amigos era la mejor posible. Lucía se sentía aliviada. Ya no se arrepentía tanto de aquel repentino beso. Todo parecía fluir. Las vacaciones de verano en aquel pueblo costero afianzó su relación. Lucía estaba hecha un lío. Necesitaba recapacitar y pensar lo que había pasado todo ese tiempo. Tenía que poner en orden sus pensamientos, lo cual realmente le aterraba... ¿Qué pasaría si estoy enamorada de él? Esa pregunta taladraba su mente. Por ello decidió no pensar en ello. Al menos de momento. Decidió hablarlo con su amiga para saber su opinión. Ella le dijo exactamente lo que Lucía no quería escuchar. Desde fuera también notaron que Lucía sentía algo por él. Lógicamente Lucía lo negó categóricamente, sólo era mi amigo se repetía. Mintió. Pero sabía que decir la verdad es este caso podría traerle muchos problemas. Prefería matar cualquier sentimiento. Al menos hasta que pudiera.

Hubiera deseado que aquellos días de verano hubieran pasado más rápido de lo deseado, pero no fueron así. Se lo pasó bien, pero no desconectó todo lo que quisiera. Mientras paseaba por la playa se dio cuenta de que estaba observando dos de las cosas que a ella le volvían loca; el mar y él. Era irremediable. Se había enamorado. Lucía no sabía qué pensar ni qué decir. Era tan obvio que tarde o temprano él se daría cuenta, si no se había dado cuenta ya... A mitad de verano un BSO le resultaba familiar. Era una canción de despedida. A él le gustaba mucho. A Lucía aún más. Le recordaba a él. La canción a pesar de resultarle muy triste, cada vez que Lucía la escuchaba no podía reprimir una leve sonrisa. La situación era tan insostenible para Lucía que decidió coger el toro por lo cuernos y hablar con él. No se pronunció. Lucía quedó pensativa... Pensó que quizá no fuera tan buena idea, pero necesitaba una respuesta. Sintió alivio de contárselo. Él no dijo nada, parecía no importarle. Lucía se sintió realmente mal. Por un momento parecía no conocer a aquel chico. Él hizo como si nada hubiera ocurrido. Ella sólo quería echar a correr como si no hubiera mañana. Los altavoces hicieron sonar una canción muy veraniega que hizo saltar hasta al más soso; todos bailaban, incluso él también. Lucía sólo quería irse a casa. Le encantaba la canción, pero no era el momento. Entonces él propuso irse cada uno a casa. Lucía asintió con la cabeza levemente agachada, el resto de amigos estaban de acuerdo. Al llegar a casa recibió un mensaje esperanzador. Él quería hablar con ella. Por un momento Lucía revivió. Pensó que eso era buena señal. Pronto todo acabaría, se convenció, eso era todo lo que necesitaba...



El instante había pasado, ella contuvo la respiración, todo había acabado. Tan sólo una canción escuchaba por el momento. Sí, era aquella triste canción que a tanto Lucía como a él les gustaba. A Lucía ya nada parecía importarle. En circunstancias normales hubiera esbozado un leve sonrisa, no obstante la situación no invitaba a ello. Sólo una lágrima recorrió sus mejillas y acabó estrellándose en el suelo. Tan sólo quería irse a casa y descansar. Sólo pensó, mientras acababa aquella triste canción que quizá fuera mejor así. Ya tenía su respuesta. Lucía se había quitado unos cuantos kilos de encima. Sí, pero no como ella hubiera deseado. Sintió que aquel verano acababa cuando cayó cerca suyo una hoja de un árbol que hacía presagiar que otro frío otoño se ceñía sobre ella. A falta de sirimiri sus lágrimas lograban transportarle a ese instante en el que le conoció en esa noche desapacible. Una mala noche pensó...

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